miércoles, 28 de marzo de 2018

Leyenda del “conejo de Pascua”


En celebración de estas fechas, encontramos la leyenda del conejo de pascua! Ideal para contarle a los más chicos♥
Cuenta esta leyenda que, cuando metieron a Jesús al sepulcro que les había dado José de Arimatea, dentro de la cueva había un conejo escondido, que muy asustado veía cómo toda la gente entraba, lloraba y estaba triste porque Jesús había muerto.
El conejo se quedó ahí viendo el cuerpo de Jesús cuando pusieron la piedra que cerraba la entrada y lo veía y lo veía preguntándose quién sería ese Señor a quien querían tanto todas las personas.
Así pasó mucho rato, viéndolo; pasó todo un día y toda una noche, cuando de pronto, el conejo vio algo sorprendente: Jesús se levantó y dobló las sábanas con las que lo habían envuelto. Un ángel quitó la piedra que tapaba la entrada y Jesús salió de la cueva ¡más vivo que nunca!
El conejo comprendió que Jesús era el Hijo de Dios y decidió que tenía que avisar al mundo y a todas las personas que lloraban, que ya no tenían que estar tristes porque Jesús había resucitado.
Como los conejos no pueden hablar, se le ocurrió que si les llevaba un huevo pintado, ellos entenderían el mensaje de vida y alegría y así lo hizo.
Desde entonces, cuenta la leyenda, el conejo sale cada Domingo de Pascua a dejar huevos de colores en todas las casas para recordar al mundo que Jesús resucitó y hay que vivir alegres.
"El conejo, como símbolo de Pascua, parece tener sus orígenes en Alemania donde es mencionado por primera vez en unos textos del siglo XVI. Los primeros conejos comestibles se fabricaron en Alemania en el siglo XIX, de pastelería y azúcar.
El conejo de Pascua no es un invento moderno. Tiene su origen en las celebraciones anglo-sajonas pre-cristianas. El conejo, un animal muy fértil, era el símbolo terrenal de la diosa Eastre, a quien se le dedicaba el mes de abril.
El conejo de Pascua fue introducido en EE.UU. por los inmigrantes alemanes que llegaron al Pennsylvania Dutch Country durante el siglo XVIII. La llegada del “Oschter Haws” se consideraba uno de los grandes placeres de la infancia, equivalente a una visita de Papá Noel en Nochebuena. Los niños creían que si se portaban bien, el “Oschter Haws” pondría huevos de colores.
Los niños construían nidos en lugares apartados o escondidos de la casa, el granero o el jardín para que pusiera sus huevos el conejito. Más tarde empezaría la tradición de construir elaboradas cestas para poner los huevos."
Artículo originalmente publicado por encuentra.com

viernes, 23 de marzo de 2018

Los dos perros


En un lugar muy lejano en medio de un frondoso bosque de robles, un hombre compartía su existencia junto a sus dos perros apaciblemente. Uno de los perros, estaba entrenado para ayudarle a conseguir alimento y el otro dedicaba su existencia a cuidar de las posesiones de su dueño.
Cuando salía en busca de alago para poder comer, elegía por compañero al primero por ser el mejor en esa labor y a la vuelta, si la suerte le había acompañado, siempre solía darle una parte de la pieza que hubiera cazado al perro que celosamente guardaba sus posesiones.
Al ver tan gran injusticia, el perro de caza le dijo a su compañero:
-Maldito perro vago ¿Por qué disfrutas de algo por lo que no has movido ni un solo músculo?
-Comprendo tu enfado-dijo el otro con los ojos mirando al suelo- pero no es culpa mía que nuestro dueño te haya preferido a ti para cazar y a mí para proteger sus posesiones. Si tan injusto te parece, ve a quejarte a él y a mí déjame tranquilo disfrutar de esta deliciosa carne.
Moraleja: No dependas nunca del esfuerzo ajeno, pues este, por alguna una otra razón siempre terminará fallándote.

martes, 6 de marzo de 2018

LA LEY Y LAS FRUTAS


En el desierto, las frutas eran raras. Dios llamó a uno de sus profetas:
-          Cada persona sólo puede comer una fruta por día.
La costumbre se obedeció durante generaciones y el ecosistema fue respetado. Como las frutas restantes daban semillas, otros árboles fueron surgiendo. En poco tiempo, toda aquella región se transformó en un terreno fértil, envidiado por otras ciudades.
Las personas de aquel pueblo, sin embargo, continuaban comiendo una fruta por día, fieles a la recomendación que un antiguo profeta transmitiera a sus ancestros. Además, no permitían que los habitantes de otras aldeas se aprovechasen de la abundante producción que se daba todos los años. Como resultado, las frutas se pudrían en el suelo. Dios llamó a un nuevo profeta y le dijo:
-          Permíteles que coman las frutas que quieran. Y pídeles que compartan su abundancia con sus vecinos.

El profeta llegó a la ciudad con el nuevo mensaje. Pero acabó siendo apedreado ya que la costumbre estaba arraigada en el corazón y en la mente de cada uno de los habitantes.
Con el tiempo, los jóvenes de la aldea empezaron a cuestionar aquella bárbara costumbre.
Pero, como la tradición de los mayores era intocable, decidieron apartarse de la religión. De esta manera, podían comer cuantas frutas quisieran y entregar el resto a los que necesitaban alimento. En la Iglesia local, sólo quedaron los que se consideraban santos. Pero que, en realidad, eran personas incapaces de percibir que el mundo se transforma y que nosotros debemos transformarnos con él.

jueves, 1 de marzo de 2018

Las Tres Pipas



Una vez, un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente.
Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad. El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero antes de hacerlo, llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo.
El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol. Tardó una hora en terminar la pipa. Luego, sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo pero que sí le daría una paliza memorable para que nunca se olvidara de su ofensa.
Nuevamente, el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar. También esta vez el hombre cumplió su encargo y gastó media hora meditando.
Después regresó a donde estaba el cacique y le dijo que consideraba excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos.
Como siempre, fue escuchado con bondad pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su meditación como lo había hecho las veces anteriores. El hombre, medio molesto pero ya mucho más sereno, se dirigió al árbol centenario y allí sentado fue convirtiendo en humo, su tabaco y su problema.
Cuando terminó, volvió al jefe y le dijo: “Pensándolo mejor, veo que la cosa no es para tanto. Iré donde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho”.
El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: “Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía decírtelo yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo”.
Moraleja: Antes de tomar una acción impulsiva de la que puedas arrepentirte, tomate un rato para meditar. Verás que tu perspectiva cambia, y así evitarás el arrepentimiento posterior!