El falso profeta llegó a la aldea y
aterrorizó a todo el mundo con amenazas de males que vendrían del bosque. Las
personas, asustadas, reunieron una enorme cantidad de dinero y se la entregaron
con el objetivo de que alejase de ellos aquellos peligros.
El
hombre compró algunos panes viejos y empezó a arrojarlos a trozos alrededor del
bosque, recitando palabras incomprensibles. Un muchacho se le acercó:
-¿Qué está haciendo?
- Estoy salvando a tus padres, a
tus abuelos y a tus amigos de la amenaza de los tigres.
-¿tigres? ¡Pero si no hay tigres en este país!
-Gracias a mis plegarias- dijo el
falso profeta -, que como puedes ver, funciona siempre.
El muchacho aún no quiso replicar alguna cosa,
pero los habitantes decidieron expulsarlo de la ciudad, pues estaba estorbando
el trabajo de aquel “hombre santo”.
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