Dicen que los cuentos son asuntos de niños y que el adulto
sólo se limita a ser relator. Sin embargo, como ser humano, que somos portamos
en nuestro interior, como energía, todos los personajes que en ellos aparecen.
Tenemos rey en
nosotros, que ordena, rige el que juzga y sabe discernir entre lo bueno y lo malo. Aspiramos ser sobornados de nosotros mismos y
protectores de nuestro "reino".
Los más nobles sentimientos es la reina que abraza y llena
de calidez nuestra alma, y a la vez la que puede concebir nuevos impulsos de
jóvenes príncipes hacia metas elevadas?
Habitan en nosotros interiores que quieran impedir que se
lleven a cabo nuestras metas. Hay brujas malas que nos convierten en piedras y
secuestran nuestras fuerzas del alma más
tiernas, nuestras princesitas, encerrándolas en una cueva subterránea, quedando
así insensibles como rocas, endurecidas por el materialismo, sin poder actuar o
encerrados, bajo presiones exteriores.
Hay hechiceras que
nos transforman en águila para que no pisemos la tierra y nos sintamos
superiores a los demás, quedando encadenados, al aire.
Nuestro intelecto sexo será ese malvado enano que trata de
robar todas nuestras riquezas en oro, perlas y piedras preciosas, haciéndonos
creer que somos sólo máquinas con su centro de control en el cerebro.
La luchar, es
continua para que el rey sea sano y fuerte, poniendo a cada una de las fuerzas
desestabilizadoras en su lugar, dominándolas y venciéndolas, pues se le corta
la cabeza y crece de nuevo.
En cada cuento aparece un aspecto distinto, colores
diferentes y claves secretas de cómo salir a salvo y victorioso concluyendo en
paz y armonía.
Si toda esta maravillosa gama de imágenes son dadas durante
la infancia a nuestros hijos o alumnos, podemos estar seguros que plantamos el
germen más valioso en el alma del hombre. Serán jóvenes son grandes ideales,
con nobles sentimientos y tendrán la capacidad de afrontar sin temor las
encrucijadas de la vida.
Sabrán que la espalda del espíritu es la mejor arma contra
el peor adversario, que tras un oscuro y tupido bosque hay un claro lleno de
luz. Que no está solo, que cuanto más difícil sea la situación aparecerá, como
por encanto, una mano amiga que le ayudará que le dará el arma necesaria, si
sabe escuchar amablemente la palabra justa de un enano o un viejecito. También
se puede encontrar con un espejo que
refleje su imagen verdadera, o con una llave de oro que abre, lo hasta ese
momento oculto o, un nuevo camino...
Sabrá como apreciar al león en sí para llegar al reino del
alma, y que al final de los caminos se unirá a su "otra mitad" para
reinar con toda felicidad.
Cuando se termine el camino de la vida va a entrar
conscientemente en el reino de Madre nieve.
Madre nieve
Tenía una viuda dos hijas, una de ellas era hermosa y
diligente, la otra perezosa y fea, pero quería mucho más a la fea y
perezosa porque , en verdad, era su hija.
Mientras, la otra tenía que hacer todo el trabajo de la casa
y era la cenicienta de la casa. La pobre muchacha debía sentarse todos los días
junto al pozo, en la carretera, e hilar tanto que la sangre brotaba de sus
dedos.
Y sucedió una vez que el huso se llenó de sangre y ella se
inclinó en el pozo queriendo lavarlo, pero el huso se llenó de sangre y ella se
inclinó en el pozo queriendo lavarlo, pero el huso saltó de sus manos y cayó al
agua.
Llorando, la niña corrió a contarle a su madrastra la
desgracia, pero esta respondió ásperamente, y sin piedad dijo: -Si
has dejado caer el huso, irás a sacarlo!.
Volvió la muchacha al pozo sin saber qué hacer, y con el
corazón lleno de angustia saltó dentro en busca del huso. Perdió el sentido y
al despertar y volver en sí, vio que estaba en un hermoso prado bañado de sol y
había miles de flores. Caminando por el prado, llegó hasta un horno lleno de
pan, y gritó: -¡Ay, sácame! ¡Sácame que me quemo" Ya hace tiempo que estoy
cocido.
La niña se acercó y, con
la pala, sacó todas las hogazas, una tras otra.
Siguió su camino y llegó a un árbol cargado de manzanas, y
éste le gritó: -¡Ay, sacúdeme, sacúdeme! Las manzanas ya estamos maduras.
La niña sacudió el árbol, cayendo una lluvia de manzanos y
siguió sacudiéndolo hasta que no quedó ninguna más, cuando las hubo reunido un montón,
siguió su camino. Finalmente llegó a una pequeña casa, en la ventana, una
anciana miraba hacia afuera, pero como tenía sientes muy grandes la niña se
asustó y quiso huir: La anciana la llamó diciendo:
-¿Qué es lo que temes, querida niña? Quédate conmigo y si haces
ordenadamente el trabajo de la casa, te irá bien. Sólo tienes que cuidar de
hacer bien mi cama y sacudirla con diligencia, para que vuelven las plumas. Yo soy
madre nieve. Y cuando la anciana le habló con cariño, se animó su
corazón y aceptó entrar a su servicio. Procura que la anciana estuviera
satisfecha de todo y sacudía siempre su cama con vigor, para que las plumas
volaran como copos de nieve. Disfrutaba también, de una buena vida junto a la
anciana, no tenía que oír ninguna palabra dura y todos los días comía guiso y
asado.
Así vivió un tiempo con Madre Nieve, hasta que comenzó a
sentir tristeza, sin saber, al
principio qué le estaba pasando.
Al fin, se dió cuenta que sentía nostalgia de su hogar y
aunque allí estaba mi veces mejor que en su casa, tenía deseos de volver.
Finalmente dijo: -Siento nostalgia de mi casa y aunque estoy
tan bien aquí, no puedo quedarme más, debo subir con los míos.
Madre Nieve respondió: -Me agrada que desees volver a tu casa y
como me has servido fielmente, yo misma te acompañaré-.
Y tomándola de la mano la condujo hasta un portal muy
grande. El portal se abrió y al pasar la muchacha, cayó sobre ella una copiosa
lluvia de oro. Y el oro quedó adherido a ella, tanto, que estaba cubierta de
él.
-Esto es para tí, porque has sido diligente- Dijo Madre Nieve,
dándole también el huso que había caído al pozo.
Se cerró, después, el portal y la muchacha se encontró
arriba, en el mundo, no muy lejos de la casa de su madre. Y cuando llegó al
patio, el gallo que estaba sobre el pozo gritó: -Quiquiriquí, nuestra doncella de
oro está de vuelta aquí!
Entró a donde estaba su madre y al ver que venía cubierta de
oro, fue bien recibida por ella y su hermana.
La muchacha contó lo que había sucedido y oyendo cómo había
logrado tanta riqueza, la madre quiso procurar a la otra, su fea y perezosa
hija, la misma suerte. Esta debía sentarse, también, junto al pozo y para que
el huso se llenara de sangre, se pinchó los dedos y apoyó la mano contra un
espino. Y tirando el huso al pozo, saltó ella mientras después. Llegó, igual
que la otra, al hermoso prado y siguió la misma senda. Al pasar junto al horno
gritó el pan nuevamente:
-Ay, sácame, sácame que me quemo! Ya hace tiempo que estoy cocido.
La perezosa contestó: -Crees que quiero ensuciarme?- y
siguió caminando.
Poco después llegó a donde estaba el manzano, que gritó: -Ay
sacúdeme, sacúdeme!, las manzanas ya estamos maduras.- Pero ella
contestó: -¡Me guardaré bien! ¿Y si alguna cayera en la cabeza? Y siguió
su camino. Al llegar a la casa de Madre nieve no tuvo miedo, porque ya había
oído hablar de sus grandes dientes y enseguida se quedó a su servicio. El
primer día se esforzó, fue diligente y obedeció a Madre Nieve en todo lo que
decía, pues pensaba en todo el oro que iba a regalarle, pero al segundo día ya
empezó a haraganear y al tercero todavía más. Ya ni siquiera quería levantarse,
tampoco hacía la cama de Madre Nieve como debía, ni la sacudía para que volara
las plumas. Pronto, Madre Nieve se cansó y la despidió. Satisfecha. La perezosa
creyó que había llegado el momento de la lluvia de oro. Madre Nieve la condujo
también, hasta el portal pero, al pasar, en un lugar de oro se vertió sobre
ella un gran caldero lleno de pez, una sustancia negra y pegajosa.
-Esta es la recompensa por tus servicio- dijo Madre Nieve y cerró el portal.
Llegó pues la perezosa a su casa y el gallo sobre el pozo,
al verla gritó:
-Quiquiriquí, nuestra sucia doncella ya está de vuelva aquí!
Y el pez firmemente
adherido a ella y no se la pudo quitar en toda su vida.
Pero podemos dejar un enseñanza positiva, en que terminaría
de la siguiente forma:
"...Y creemos
que por vivir junto a su hermana dorada, se fue transformando poco a poco hasta
brillar como ella".
Al entrar en la imágenes de este cuento, nos encontramos en
un ámbito femenino, una madrasta viuda y dos hijas, una verdadera y la otra del
matrimonio anterior.
Primero se dice que es viuda, un alma sin yo espiritual, él
murió y se elevó a su reino de origen y ella está ocupando el lugar de la
"verdadera madre" para la otra hija. Entonces ella se inclina más
hacia lo matrial-sensible, no soportando
lo anímico-espiritual. Su hija le pertenece y la quiere porque es de su misma
naturaleza, mientras que la otra tiene más cualidades de sus verdaderos padres
y es por eso que tiene que trabajar en el interior de la casa como cenicienta,
ellas no pueden ni quieren. El trabajo de cenicienta consiste en mantener el fuego interior para
que no se apague, elaborar el alimento con todo lo recibido del exterior, transformar lo muerto en germen
espiritual quemando la lea a través del fuego purificador, y su propio
trabajo la tiene que hacer afuera, pero ella se ubica al lado de lo
profundo", el pozo. Necesita tanta fuerza de concentración que comienzan a
sangrarle los dedos y queriendo lavar el huso cae a lo profundo y se rompe el
hilo de la vida. Tiene que lazarse y sumergirse en el oscuro pozo para
recuperarlo. Pero lo tendrá otra vez cuando vuelva de su experiencia en el más
allá.
Hay muchas descripciones de personas que traspasaron el
umbral de la muerte por algunos segundos y luego volvieron, relatan algunos que
se encontraron un túnel oscuro y al final llegaron a una luz apacible y a la
vez muy intensa.
Este es el paso por el pozo y el llegar a la luz el prado
bañado en sol, lleno de fuerzas vitales donde se comienza un camino con
encuentros muy especiales. Se podría decir que tanto el pan como las manzanas
son frutos terrenales y a la vez sagrados. Es necesaria la mano del hombre para
llegar a su fin, así como la acción de la naturaleza, de los elementos y de las
fuerzas del universo.
En este ámbito se nos pide estar alertas para sacar los
frutos ya maduros para que no se malogren. Son el fruto de nuestro conocimiento espiritual adquirido por
nuestro trabajo interior en la tierra, y ahí tiene que quedar a disposición de
los que hacen el camino de vuelta. ¿No se dice que todo niño, al nacer, trae un
pan debajo del brazo?. Luego viene el encuentro
con Madre Nieve, un ser que asusta al comienzo por sus grandes dientes,
símbolo del ser que condensa todo lo vivido en la tierra, pero que con voz cariñosa
nos dice como hay que seguir trabajando, para que pueda caer sobre la tierra
todo el calor anímico que mantiene las plumas, cristalizándose y transformando en
copos de nieve. Forman capa protectora
para que el frío exterior no hiele las semillas que empiezan a germinar en su
seno. Hay que trabajar como ahínco para sentirse bien allá y recibir el
alimento necesario.
El alma empieza a sentirá añoranza por la tierra y querer
volver con los suyos. Madre Nieve la acompañaba en este proceso hasta el umbral,
y al pasar por él, le llueve el oro de la sabiduría para la nueva vida que
emprende al recibir el huso.
Gracias al oro es bien recibida, quedando deslumbradas por
su brillo.
Ahora, la parte oscuro del alma quiere brillar también.
Empieza su camino, pero provocando los sucesos, haciéndose sangrar y tirándose
al pozo para conseguir oro. Y eso es lo que la mueve todo su camino sin
percibir nada, ni querer percibirlo, no quiere ensuciarse.
Y empiezan las pruebas: reconocer los valores de los frutos
del conocimiento y del trabajo, justo en el momento en que llega a su madurez,
para dejarlos como ofrenda.
No se asusta al ver a Madre Nieve, pues sabía de sus
dientes. Pero el deseo no es lo más importante en aquel reino. Hay que actuar y
bien. Mas el que no está habituado a trabajar pensando que lo hace para los
demás, no es un pago a cambio de lo trabajado, sino un recibir lo que necesita
para vivir, entonces se cansa pronto, no encuentra sentido a su esfuerzo que sólo
piensa en la retribución.
Y así vuelve a la tierra, negra y pegajosa como la pez.
El gallo en la entrada de la tierra las recibe cantando la
verdadera naturaleza de ella, el ser puro, el yo terrenal, el primer llanto al nacer.
Si podemos mirar a estas dos niñas como la parte luminosa y
oscura de nuestra propia alma, se puede encender la esperanza de que la oscura,
gracias al brillo dorado y calidez de su hermana vaya derritiendo la pez e
iluminándose poco a poco, vida tras vida hasta llegar a ser una unidad que
irradia hacia la humanidad.
Y así terminará el cuento, relato, a niños pequeños: "...Y creemos que por vivir junto a
su hermana dorada, se fue transformando poco a poco hasta brillar como
ella".