miércoles, 22 de agosto de 2012

El Gato y la Meditación


De vez en cuando, deberíamos repreguntarnos ciertas normas... quizás no sean tan importantes de respetar, ni de continuar respetando. Quizás, sea necesario reestablecer nuestro mundo, bajo nuevos ideales que nos permitan avanzar... no permitas que un "gato" te ate a una historia que ni siquiera podrías interpretar...


Un gran maestro zen, responsable del monasterio de Mayu Kagi, tenía un gato que era su verdadera pasión en la vida. Cierta mañana, el maestro, que ya estaba muy mayor, apareció muerto. El discípulo más aventajado ocupó su lugar.

-¿Qué vamos a hacer con el gato? – le preguntaron los otros monjes.

En homenaje al recuerdo de su antiguo guía, el nuevo maestro decidió permitir que el gato continuase presente en las clases de meditación zen.

Algunos discípulos de monasterios vecinos, que viajaban mucho por la región, descubrieron que, en uno de los más prestigiosos templos de la zona, un gato participaba en las meditaciones. La noticia empezó a correr.

Transcurrieron muchos años. El gato murió, pero los alumnos del monasterio estaban tan acostumbrados a su presencia, que se hicieron con otro gato. Mientras tanto, otros templos empezaron a introducir gatos en las sucesiones de meditación: pensaban que el gato era el verdadero responsable de la fama y de la calidad de la enseñanza de Mayu Kagi, y se olvidaban de que el antiguo maestro había sido un excelente instructor.

Un profesor universitario desarrolló una tesis – aceptada por la comunidad académica – defendiendo que el felino tenía la capacidad de aumentar la concentración humana, y eliminar las energías negativas.

Y de esta manera, durante todo un siglo, se consideró al gato como parte esencial en el estudio del budismo zen en aquella región.

Hasta que apareció un maestro que tenía alergia al pelo de los animales domésticos y que decidió prescindir del gato en sus prácticas diarias con alumnos.

Se produjo una gran reacción en contra, pero el maestro se mantuvo firme en su decisión. Como este era un excelente instructor, los alumnos continuaban con el mismo buen rendimiento en sus estudios, a pesar de la ausencia del gato.

Poco a poco, los monasterios – siempre en busca de nuevas ideas, y ya cansados de tener que alimentar a tantos gatos – fueron eliminando a los gatos de las clases. Al cabo de veinte años empezaron a aparecer nuevas tesis revolucionarias – con títulos bien convincentes como “La importancia de la meditación sin gato”, o “Equilibrando el universo zen apenas con el poder de la mente, sin ayuda de los animales”.

Transcurrió otro siglo, y el gato salió por completo del ritual de meditación zen de aquella región. Pero habían hecho falta doscientos años para que todo volviese a lo normal – ya que a nadie le dio por preguntarse, durante todo este tiempo, por qué el gato estaba allí.

¿Y cuántos de nosotros, en nuestras vidas, nos atrevemos a preguntar por qué hemos de actuar de determinada manera? ¿Hasta qué punto, en lo que hacemos, nos servimos de “gatos” inútiles que no nos atrevemos a eliminar porque cierta vez nos dijeron que los “gatos” eran importantes para que todo funcionase bien?

¿Por qué no buscamos una manera diferente de actuar?

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