Había una vez una niña traviesa llamada Cielo, muy pero muy
traviesa. Pasaba el día saltando, corriendo, cantando, pintando y en muchas
ocasiones jugaba con la hermanita y las primas a que podía volar.
Al llegar de la escuela se colocaba una toalla amarrada al
cuello, la cual colgaba como una capa, salía corriendo por toda la casa y decía
que volaba.
Este juego era muy común para ella y sus primas. Una noche,
se acostó cansada de tanto brincar, se quedó profundamente dormida. Su mamita
siempre pasaba de noche a ver a sus niñas, para ver si estaban bien, les daba
un besito, les daba la bendición y las cubría del frío.
Esa noche la mamita pasó a ver a sus nenas y se sorprendió
al escuchar a Cielo conversando… si señores, conversando dormida. En sus sueños
decía:
-¡Gabriela eso es mío, déjalo en su sitio!
La mamita soltó la risa al ver que Cielo repetía lo que
hacía de día, en sus sueños profundos. La cubrió con la sábana y se fue a
dormir a su habitación.
Cielo comenzó a soñar que estaba en una verde pradera, llena
de animales de granja: vacas, caballos, ovejas de colores, gallinas, gallos y
hasta pericos multicolores.
Comenzó a perseguir a las ovejas de colores, las atrapaba y
sobre ellas se acostaba, olían a flores silvestres y más suaves que el algodón
resultaban. Después se fue tras los pericos, pero estos dieron un brinco.
Corre, corre la Cielito, los pericos corren más.
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